“El que se mueve no sale en la foto”. Frase traída con un claro tinte político viene a explicar que “si no piensas como nosotros no estarás a nuestro lado y no te inmortalizarás”.
Porque la fotografía se disparará, vaya que sí. Y el pensará si lo importante será el instante perpetuador, el recuerdo de mi imagen para la historia, el hecho de tener que pensar como los demás o si el cocido me sentó ayer peor que el del jueves que, por cierto, estaba buenísimo: no tengo aquí que recordar que después de todo evento, político y no político, siempre hay uno.
Seguro que resulta mucho más gratificante que nuestros nietos, amigos y familiares de todo tipo (incluso las cuñadas) nos admiren cuando contemplan el álbum familiar y los recortes de periódicos bajo nuestra sonrisa permanente que el vulgar hecho de saber que somos capaces de pensar por nosotros mismos. Bueno, pensar…lo que se dice pensar, lo hacemos casi todos. Creo que alguno hay por USA que no mucho, pero…
Lo malo no es el hecho del pensamiento, de la duda, del raciocinio. No, lo evidentemente horrible y pernicioso es DECIR lo que se piensa. Pero esto en todos los órdenes de la vida, no solamente en la política. Hay que impregnar nuestra vida de un cierto barniz hipócrita. A veces más. Otras menos. Dependiendo de los intereses, de la persona, de lo que queremos obtener, de las circunstancias: «uno es su yo y sus circunstancias”…bla, bla, bla.
Yo puedo salir en la portada del periódico por manifestar una IDEA pero PENSAR totalmente lo contrario. ¡Ah!, pero salgo porque NO LO DIGO. He ahí el truco. La honradez de espíritu y la libertad de pensamiento siempre estuvieron muy mal vistas, por motivos variopintos y por tiempo inmemorial.
A lo que iba, que me descentro. La foto.
Desde que se inventó tan maravilloso aparatito todos nos hemos ido acostumbrado a la facilidad de inmortalizarnos con un disparo (ahora con la digitalización y todas esas imágenes que pululan por los discos duros de los ordenadores personales o, como mucho, en papel de una impresora en color, lo de la “inmortalización” quedará para las fotos de nuestros padres). La frase: “No estás en la foto: ¿no estabas?”, o esta otra tan usual: “Lo que no sale en la tele no existe”, son muy significativas. De ahí que todos nos quedemos como tontos mirando una cámara de video casera que nos lleva directamente a nuestro propio televisor para satisfacer nuestro ego más profundo, nuestro desmedido afán de protagonismo.
Protagonista, ser centro de atención, se hace necesario, imprescindible, para el político, para el adolescente, para el que prepara su coche (ahora se dice “tunea”, ya perdimos la personalidad idiomática), para el que va por la calle con su vespino “a escape libre”, para el que quiere salir en todas las portadas aunque sea la de la Hoja Parroquial o para el que desea a toda costa salir en las revistas de arquitectura.
Una publicación es una publicación, aunque esa escuela pública con esos niños imberbes esté llena de goteras, sufra humedades de todo tipo, los materiales sean inadecuados “para el fin al que se los destina” y, a pesar de la perfección, los pupitres como criaderos de champiñón.
Si al colegio le hacen un reportaje hoy, en los estertores del verano, no lo reconoce ni el arquitecto que lo parió, ni el jurado que le concedió el premio, ni la revista que lo publicó.
Aparecer en una revista hasta trae consigo un punto en el currículum a los ojos de la administración, como si de un pan se tratara. Si el edificio se pudiera “mover” no aceptaría salir en la foto, se hundiría en la tierra como un submarino en la mar.
Salceda de Caselas, 30 de septiembre de 2004
arquitecto. rafa VALE